viernes, 20 de julio de 2012

Prometeo,Lord Byron



¡Titàn! a cuyos ojos inmortales no fueron los tormentos de la muerte, vistos en su penosa realidad, esencias que los dioses desdeñaran; de tu piedad, ¿cuál fue la recompensa? Una inmensa tortura silenciosa; entre la roca, el buitre y la cadena, todo cuanto el activo sufrir puede, las agonías que ellos nos revelan, el sentido enervante de la cuita, que clama solamente en soledumbre, celoso de que el cielo pueda oìrlo, por nada lanzará ningún suspiro hasta que su voz quede ya sin eco.

¡Titán!, se te ha otorgado la contienda entre la voluntad y el sufrimiento, que si matar no pueden martirizan; la sorda tiranía del Destino y de igual modo el Cielo inexorable, y el principio instaurado del Encono, que para su contento crear debe cosas capaces de aniquilamiento, negándote hasta el gusto de la muerte: la eternidad, presente desdichado, fue tuya y muy bien la has sobrellevado. Y aquello que el Tonante te aquejara sólo fue la amenaza que extendieran sobre él las aflicciones de tus cuitas; el sino que tan bien profetizaste no lo apaciguaría el conocerlo; en tu Silencio estaba su Sentencia, y en su Alma un infructuoso arrepentirse, y un miedo ruin tan mal disimulado, que temblaba el relampago en sus manos.

Fue tu crimen divino la clemencia, rendir, con tus preceptos, nada menos que todas las desdichas de los hombres, y reanimar al Hombre con su mente; aunque engañado fuiste en las alturas, en tu mansa energía apaciguado, en la resignación y en la repulsa de tu Espíritu invicto impenetrable, al que el Cielo y la Tierra no conmueven, una lección pujante recibimos: el Hombre es, como tú, divino en parte, torbellino de fuente cristalina; y puede vislumbrar sólo fragmentos sobre su propio y funebre destino; su propia desventura y resistencia, y su triste existencia tan distinta: ante la cual su Espíritu se opone de igual forma que a todas sus desdichas, y firme voluntad y hondo sentido, que puede columbrar, en la tortura, su propia concentrada recompensa, triunfante desafío temerario, que torna de la Muerte una Victoria.

Caronte, de Lord Dunsany


Caronte se inclinó hacia delante y remó. Todas las cosas eran una con su cansancio.
Para él no era una cosa de años o de siglos, sino de ilimitados flujos de tiempo, y una antigua pesadez y un dolor en los brazos que se habían convertido en parte de un esquema creado por los dioses y en un pedazo de Eternidad.
Si los dioses le hubieran mandado siquiera un viento contrario esto habría dividido todo el tiempo en su memoria en dos fragmentos iguales.
Tan grises resultaban siempre las cosas donde él estaba que si alguna luminosidad se demoraba entre los muertos, en el rostro de alguna reina como Cleopatra, sus ojos no podrían percibirla.
Era extraño que actualmente los muertos estuvieran llegando en tales cantidades. Llegaban de a miles cuando acostumbraban a llegar de a cincuenta. No era la obligación ni el deseo de Caronte considerar el porqué de estas cosas en su alma gris. Caronte se inclinaba hacia adelante y remaba.
Entonces nadie vino por un tiempo. No era usual que los dioses no mandaran a nadie desde la Tierra por aquel espacio de tiempo. Mas los Dioses saben.
Entonces un hombre llegó solo. Y una pequeña sombra se sentó estremeciéndose en una playa solitaria y el gran bote zarpó. Sólo un pasajero; los dioses saben. Y un Caronte grande y cansado remó y remó junto al pequeño, silencioso y tembloroso espíritu.
Y el sonido del río era como un poderoso suspiro lanzado por Aflicción, en el comienzo, entre sus hermanas, y que no pudo morir como los ecos del dolor humano que se apagan en las colinas terrestres, sino que era tan antiguo como el tiempo y el dolor en los brazos de Caronte.
Entonces, desde el gris y tranquilo río, el bote se materializó en la costa de Dis y la pequeña sombra, aún estremeciéndose, puso pie en tierra, y Caronte volteó el bote para dirigirse fatigosamente al mundo. Entonces la pequeña sombra habló, había sido un hombre.
"Soy el último", dijo.
Nunca nadie antes había hecho sonreír a Caronte, nunca nadie antes lo había hecho llorar.

The Kraken, Lord Alfred Tennyson


Bajo los truenos de las superficie,
en las grietas del mar abismal,
el Kraken duerme su antiguo sueño sin sueños.
Pálidos reflejos se agitan alrededor
de su oscura forma;
vastas esponjas de milenario crecimiento y altura
se inflan sobre él, y en lo profundo de la luz enfermiza,
pulpos innumerables y desmedidos baten
con brazos gigantescos
la verdosa inmovilidad,
desde secretas celdas y grutas maravillosas.

Yace ahí desde siglos, y yacerá,
cebándose dormido de inmensos gusanos marinos
hasta que el fuego del Juicio Final consuma la hondura.
Entonces, para ser visto una sola vez por hombres y por ángeles,
rugiendo surgirá y morirá en la superficie.